Capitulo 10


pain has gone somewhere and i’m finally hanging there

Salimos del hospital hacia las cuatro de la tarde y cogimos en taxi. Pero antes de eso, German me dijo que algún día de estos iría a verme a la nueva casa, para ver que tal me iba. Si venía él no me importaba.

En el taxi, Rass me confesó que se había pasado la tarde de ayer y la mañana de hoy buscando una casa donde dejarme. Admitió que se lo dijo el médico y luego tuvo que ir con prisas. No la estaba escuchando, tan solo mirada por la ventana de la puerta para fijarme a dónde íbamos.
Vi que la puerta del coche tenía algunos botoncitos, toqué uno y la ventana se bajó. Una ola de aire me golpeó la cara de golpe, me asusté y la cerré lo más rápido que pude, apretando seguidas veces ese botón.

La respiración se me había acelerado de golpe y me vinieron a la cabeza unas imágenes.
Un bate de beisbol, o algo parecido, pasando a pocos milímetros de mi cara, provocando una corriente de aire.

Sacudí la cabeza un par de veces, hasta que conseguí… olvidarme de eso.

Olvidar…
No, no lo olvidaré, pero al menos no recordarlo cada dos por tres sí. Con esto de olvidar… Me siento como fuera del mundo. Para mi olvidar no significa lo mismo que para otra gente. Ellos dices olvidar muy fácilmente, que es sencillo… No saben lo que significa el poder recordar.


Dejé de lado esos pensamientos y volví a recostarme bien en el asiento. Miré a Rass disimuladamente, no se había enterado de mi flash. Mejor, porque no quería molestarme en decirle mentiras, no pensaba contarle nada… ni ahora ni nunca. Investigar y descubrir es su trabajo, no el mío. Porque, ahora que ya les había ayudado una vez – con los dibujos de las caras de Bill y de Tom –, van a estar pidiéndome más… Es como si la información fuera una droga y ellos los adictos. Y para acabar con los adictos hay que acabar con la droga.

El taxi paró de repente, cuando me percaté ya le estaba dando un recibo a Rass. Abrí la puerta y salí fuera, encontrándome en frente de mí, una gran casa. Debía de tener tres o cuatro pisos, igual tres y un desván. Al cabo de unos segundos el conductor dejó a mi lado una pequeña maleta negra. La detective me había comprado una y me había comprado todo lo que necesitaría estos días aquí. Ropa, zapatillas, cosas para el baño,… Y también algo de maquillaje. Que no sé para qué, ahora mismo el maquillaje me la sopla. Me parece que es una forma de aparentar lo que no eres, y yo tan solo quiero que alguien me reconozca y me diga quién soy, ya que burro de Bill se niega a hacerlo.

Rass agarró mi maleta y avanzó hasta la casa, el taxi arranco y yo seguí a Rass.


Hay un amplio jardín por el cual pasa un pequeño caminito que lleva hacia la puerta. Antes de llegar a ella hay unas pequeñas escaleras. La casa es de color rosado y las tejas de un marrón oscuro, casi negro, cosa que hacía contraste. Había un gran ventanal en la pared izquierda, se podía ver una mesa de comedor y un sofá, lo único que las cortinas permitían. Al otro lado de la puerta estaba el garaje, enorme por cierto. Cabrían dos coches, o uno y los trastos.
Siento mucha curiosidad por la gente que debe de vivir aquí, deben de tener mucho dinero o al menos es lo que aparentan con una casa tan grande, un jardín tan cuidado,…


Rass llamó al timbre, el cual pareció muy débil como para oírlo desde la última planta. Oí unos pasos que se acercaban y la puerta se abrió, dejando ver a una pareja.

-Hola, señores Waldorf. Les presento a Blair. – Me agarró del hombro, como si fuéramos tan amigas.

-Sí, ya teníamos ganas de conocerte, Blair. Yo soy Susan, - Me esbozó una gran sonrisa, me pareció una mujer agradable. Tenía muy buena presencia. Vestía con unas sandalias blancas de tacón, ya que era bajita, con brillantes, unos pantalones ajustados también blancos y una blusa de tirantes echa de volantes de color naranja salmón. En el cuello llevaba un enorme collar, parecía oro y las piedras esmeraldas. Los pendientes a juego. Tenía un pelo precioso, muy elegante, con ondas de color caramelo y la piel muy morena. – y este es mi marido, John.

-Encantado. Cuando la detective nos ha llamado nos hemos alegrado mucho, siempre hemos querido tener otra hija. – John también tenía una expresión muy amable. Era un hombre grande y fuerte, pero igual de guapo que su mujer. Tenía una sonrisa muy amistosa y sujetaba a su mujer por el hombro con asombrosos cariño. Llevaba una camisa a rallas verticales blancas, sobre un fondo azul marino y unos pantalones grises. Tanto como el marido y la mujer parecían mejicanos. – Tú siéntete como en tu casa, para nosotros serás como de la familia.

Sí, pinta bien la cosa. No me he mirado muchas veces al espejo, pero hay algo que si que sé. Soy muy pálida y tengo el pelo casi negro. Y ellos son lo contrario, pueden ser muy majos, es lo que me ha parecido, pero de aspecto creo que ya no voy a encajar.

-Bueno… - Añadió Rass. – Espero que nos la cuiden bien estos días. – Yo no soy nada tuyo y te agradecería que quitaras esa sonrisa tan falsa que tienes de la cara.

-Claro que sí, estamos encantados. – Dijo Susan mirándome. Le respondí con una sonrisa.

-Pues os la dejo aquí. Pórtate bien, Blair. – Sí, a ti te voy a hacer caso. Se despidió de Susan y de John y se fue.

-Vamos, te enseñaremos la casa y tu cuarto. – John me hizo una señal con la mano para que pasara. Susan me sujetó la puerta, dándome la bienvenida, y John me entró la maleta. La casa era enorme. Al entrar se veían unas escaleras que llevaban al piso de arriba. Al lado de estas había un pasillo que llevaba a la cocina, que era enorme también. A la derecha había la entrada al comedor, bueno, directamente no había pared. El recibidor conectaba con el salón. Estaba muy bien decorada, había muchos cuadros, pero no tétricos ni demasiado elegantes. Simples cuadros que daban vida a la casa y hacían conjunto con los colores de los muebles. – Todos los cuadros que ves los ha pintado mi hermana. No es una gran artista y tampoco busca serlo, pero… tiene talento y gracia para pintar. – Eran muy bonitos.

-John, súbele la maleta arriba mientras yo termino de enseñarle la casa. – Su marido asintió, y subió para arriba junto con mi maleta. Susan me pasó la mano por la espalda y siguió enseñándome la planta baja. – Esperamos que te lleves bien con nuestra hija. Es algo orgullosa y cuesta mucho que entren personas en su pequeño círculo pero… Esperamos que al verte como una hermana… Su pequeña burbuja se rompa.

-¿Cómo se llama?

-Gina. Es una chica fantástica en cuanto la conoces, pero tiene una personalidad un tanto rara. O te parece una chica genial o te parece una manipuladora. – Me pareció increíble que una madre dijese eso de su propia hija. – Lo sé porque yo también era así. Pero conocí a John y cambié. Tan solo necesita a alguien a su lado…

-Haré lo que pueda. – No se me ocurrió nada más que decir. Ella me contestó con una sonrisa. Oí unos zapatos, que se ensordecían un poco por la alfombra, bajando por la escalera. Fuimos Susan y yo hacía allí y allí estaba, Gina. Se quedó parada nada más verme.

Se parecía a su madre, muchísimo. Llevaba el mismo corte de pelo y el mismo color. También era bastante morena. Llevaba un pañuelo verde como cinta de pelo, los extremos de este le colgaban por delante del pecho. Una top con palabra de honor blanco y una minifalda con volumen, no era de esas arrapadas, negra. De calzado llevaba también unos zapatos de tacón plateados que parecían muy caros. Con esos zapatos creo que llegaba a mi altura.
Me miraba son superioridad desde un eslabón de la escalera.

-Gina, saluda. – Le dijo su madre.

-Hola. – Dijo con frialdad. Siguió bajando las escaleras y pasó por delante de mí, en dirección a la cocina, mirándome de arriba abajo. Caminaba con la cabeza alta, al igual que su orgullo, y con la espalda muy recta. La primera impresión que tuve de ella era que era una niña pija, mimada, egocéntrica, fría y manipuladora. La abeja reina del típico sequito de obreras.

Yo, en cambio; con una camiseta lila con un poco de estampado en un lado, encima una sudadera de esas que quedan colgando de color gris con un toque morado. Unos pitillos de un gris azulado y unas zapatillas.

-¡Blair! – John me llamó desde el segundo piso. – Sube, que te enseño tu cuarto. – Miré a Susan y me asintió con la cabeza. Subí las escaleras rápidamente. Sinceramente, me hacía mucha ilusión tener mi propio cuarto. Al llegar arriba vi un pasillo bastante largo y John se asomó por una entrada. Fui hacia allí y vi mi habitación. Había una gran ventana por la cual entraba la luz del día. A un lado la cama, era una cama de matrimonio solo para mí. Al otro lado una mesa y algunos estantes con algunos peluches. – Es tuya. – No podía creérmelo, me encantaba. Las paredes eran de un gris perla y los muebles de un azul pálido y negro. Me encantó mi nueva habitación.

-¿Y esa puerta? – Había una puerta a un lado de la cama.

-Ábrela.- Me acerqué y ahí había…

-¿Otra habitación? – John se rió.

-No, mujer. Es un vestidor. – Era enorme, era como mi habitación del hospital pero más alargado. Al fondo había un lugar para los zapatos y en las otras paredes estantes para poner y colgar la ropa.

-Pero yo no tengo tanta ropa…

-Bueno, mejor que sobre espacio. – Me esbozó una gran sonrisa, parecía que los dos estaban contentos de tener a alguien más en casa.

-Gracias. – No se me ocurrió nada más por decir. Estaba muy agradecida.

-Tranquila, para esto estamos.





-Tenemos una invitada en casa, podrías haber mostrado más educación, señorita. – La riñó Susan.

-¿Qué? Ya sabéis que no me hace ninguna gracia que haya otra chica de mi edad bajo mi mismo techo.

-Pues vete acostumbrando. Blair es un encanto de chica y queremos que seáis amigas.

-¿Un encanto? Si no tiene personalidad, es como una muñeca. La misma detective te lo ha dicho.

-Por eso la ha traído aquí, para que tenga más vida social. Y tú deberías ayudarla a acostumbrarse.

-Pues no pienso hacerlo, es más, pienso hacer como si no existiera. No puedes hacer nada para impedírmelo.

-¿Y esa actitud? ¿Qué demonios te pasa?

-¡¿Qué qué me pasa?! ¡Lo que me pasa es que todavía no puedo creerme la cara de felicidad que has puesto cuando te han preguntado si una chica, a la que no conoces de nada, podía venirse a vivir aquí! ¡Cuando yo volví del internado de Inglaterra no mostraste tanta ilusión!

-Eso no es cierto.

-Sí, sí lo es. ¡Yo fui allí para que os sintierais orgullosos de mí y ni os enterasteis!

-No me levantes la voz, Gina.

-¡Sé que os he decepcionado, que no he salido como esperabais; una chica sociable, abierta,…! ¡Pero soy así! ¡Y también soy tonta por intentar seguir buscando vuestro apoyo! – Se fue hacia la puerta de la cocina, para terminar con esa discusión.

-Gina, espera. – Cerró de un portazo.





-Te dejaré a solas para que te instales, bienvenida. – Le di las gracias a John por última vez y salió de mi cuarto dejando la puerta abierta.

Me senté en el borde de la cama, aún sin creerme como había pasado de esa habitación escuchimizada del hospital a esto; una habitación enorme con un vestidor del tamaño de una habitación. Miré la habitación otra vez, de lado a lado. Entonces vi a Gina apoyada en el marco de la puerta. Me quedé igual, tan solo que mirándola.

-¿Sabes que llevo años pidiéndoles a mis padres esta habitación? – Me miró, estaba molesta. No le contesté. - ¿Crees que puedes venir aquí a quitarme lo que es mío? –Se me acercó amenazante y se me puso delante, mirándome desde arriba.

-Como tú has dicho; llevas años pidiendo esta habitación, así que no es tuya. – Me levanté, para hacerle ver que yo era igual que ella, pero ella iba con tacones.

-No, pero esta casa sí. Todavía no entiendo cómo has entrado aquí… Solo traerás problemas.

-Créeme, no está en mi lista de caprichos compartir casa con una chica como tú.

-No me digas. Yo tampoco contigo, tenemos algo en común. –Sonrió sarcástica durante un momento. - ¿Te crees que vas a ser más importante que yo en esta casa? - ¿Más importante? ¿De qué habla? Es solo una habitación.

-Si tan incómoda estás, díselo a tus padres.

-Está clarísimo que no sabes lo que es una familia. Aquí no pegas ni con cola, así que preferiría que te fueras. Ya. – Ahora me viene exigiendo…

-Lo siento, pero… no pienso hacerlo.

-¿Perdona? – Se le quedaron los ojos como naranjas y la boca descolocada de la sorpresa, no estaba acostumbrada a un ‘No’. - Esta es mi casa, ¿sabes?

-No es tuya, es de tus padres. La policía me ha dicho que me quede aquí y tus padres me han aceptado. En ningún momento me han mencionado que tu opinión sirviera de algo.

-Vale, si quieres quedarte, quédate. Veremos cuanto duras.

-Veo que eres una experta en amenazas.

-Sí, soy capaz de hundirle la vida a mucha gente si me lo propongo.

-¿Tu? Será el ejército de obreras que entiendes como amigas.

-Tú no sabes nada de mí, así que mejor que te calles, pirada.

-No voy a callarme y será mejor que te acostumbres, creo que voy a estar aquí bastante tiempo. – Le sonreí, tan solo buscando provocarla.

-Pues tú lo has querido, luego no me digas que no te advertí. – Me dirigió la última mirada, como si yo fuera algo despreciable, y salió de mi habitación.
Parece que en la casa de muñecas hay una Barbie con muy mal carácter. Pues como quieras. Si quieres guerra, por mi se abre la veda.
Continuará.