this life is like a game sometimes
Permanecía tumbada en esa enorme cama en silencio, intentando escuchar de todo, pero no había ruido. En el hospital siempre se oía algo; alguien rogando ayuda, alguien quejándose, el ruido de las ruedas de las camillas desplazándose arriba y abajo,… O simplemente la maquina que siempre estaba a mi lado, la maquina que me contralaba las crisis. Bueno, eso decían, para mi tan solo les avisaba con un pitido ensordecedor. No me controlaba nada.
Ahora tenía miedo de dormirme, pero no aguanté mucho sin dormir. Ya estuve una vez toda una noche sin dormir y me resultó agotador y frustrante, casi tanto como inútil.
Cerré los ojos sin darme ni cuenta y me dormí, pero antes de eso pensé una última vez en Bill.
-Despierta, Blair. – No hice caso. – Despierta, atontada. No soy tu chacha. – Con algo más de agresividad. Gruñó. - ¡¿Quieres despertarte de una vez?! – Me dio un pequeño bofetón.
-¿Qué pasa? – Me froté un ojo, la luz del día me cegó un poco.
-A desayunar. Venga, tik tak. – Me chasqueó los dedos delante de mi cara.
-Gina… ¿Por qué me despiertas tú?
-Yo tampoco lo entiendo. Mis padres me han dicho que te subiera a buscar, ya están abajo. Baja o desayunaremos sin ti. – Fue detrás de la puerta, cogió una pieza de ropa que estaba colgada y me la echó encima de la cama. – Péinate, lávate la cara y ponte esto. Date prisa. – Cerrando la puerta detrás de ella.
Reaccioné con su portazo y miré lo que había dejado encima de la cama. Era como… una bata, pero de seda. Se parecía a la que llevaba ella y debajo el pijama.
No me lo pensé. Me levanté y me lo puse. Me dirigí un momento al espejo para mirarme.
Horrorosa.
Gina había aparecido con el aspecto de una princesa, pero sin maquillaje. Iba peinada, con la cara lavada y parecía que llevara despierta todo el día. Fui al baño y me lavé las manos y la cara con agua bien fría, para despejarme. El pelo… no me molesté en peinármelo. Me lo coloqué por delante, repartiéndolo en dos grandes mechones, uno a cada lado del cuello y ya me quedó bien. Desenfadado.
Cerré la puerta y bajé las escaleras con cuidado, todavía estaba algo sobada. Oía voces en la cocina, más que voces… Tan solo oía la de Gina. Tenía una voz muy chillona cuando quería. Abrí la puerta y me los encontré a los tres sentados en la mesa.
-Buenos días, dormilona. – Me dijo John con un tono muy agradable. – Siéntate, te estábamos esperando. – Se levantó y me apartó una silla, donde yo me senté.
-Espero que tengas hambre. – Añadió Susan, poniendo un poco de zumo de naranjada en el vaso que estaba delante de mí. – Oh, te gusta el zumo de naranja ¿verdad? Que no te he preguntado.
-La verdad es que no lo he probado, en el hospital siempre me daban de piña.
-Tenemos de piña, si quieres. – Levantándose apurada.
-No, así está bien, gracias. – Le sonreí.
-Vaya, por fin una buena sonrisa pronunciada. – Dijo Gina mirándome profundamente. La miré extrañada. – El que no te soporte no quiere decir que quiera que estés mal. – Me aclaró. Susan sonrió ante el comentario de su hija, la miré y me guiñó un ojo. No entendí esa señal, pero bueno…
-¿Has dormido bien, Blair? – John me ofreció unas tostadas. Ahora que lo decía… He dormido muy bien.
-Sí, muy bien. He estado muy a gusto.
-Me alegro mucho. – Dijo sincero.
He dormido… demasiado bien. No he tenido ninguna crisis ni nada parecido. Hacía tiempo que no dormía ocho horas seguidas de un tirón. Cuando estaba en el hospital tenía cada día, hasta cuando intentaba dormir entre prueba y prueba. ¿Por qué aquí no?
Desayunamos. Estaba todo riquísimo, en el hospital no podía decir lo mismo.
-Blair, vístete y vete con Gina al centro de compras, necesitas divertirte. – Propuso Susan.
-Por supuesto que… -A Gina se le borró la sonrisa de la cara. - ¡No! – Se giró hacia su madre.
-Gina. – Advirtiéndola.
-He quedado con unas amigas y ella no es mi amiga. Lo estropeará todo.
-¿Te refieres a tus abejas obreras? – Interrumpí.
-Eh, no empieces. – Dijo levantándome el dedo.
-Gina, basta.
-No pasa nada, señora Waldorf. A mí tampoco me apetece ir con Gina y… sus amigas. – Gina inspiró profundamente y frunció el ceño al oír mi frase. – Si no le importa, a mi me gustaría ir a dar una vuelta por aquí cerca.
-De verdad, Blair. No hace falta, Gina te llevará con ella. No conoces esta zona, estamos en un barrio residencial y podrías perderte.
-No creo, esta casa es difícil de confundir. – Me sonrió. – Que Gina se divierta, yo prefiero ir a mi aire. – Gina sonrió orgullosa.
-Tiene razón. – Añadió. Su madre suspiró y al final accedió.
Gina se marchó unos minutos antes que yo, sus amigas la vinieron a buscar.
Yo todavía estaba en mi habitación, vistiéndome. Al final opté por un vestido gris, que me llegaba por encima de las rodillas. La falda tenía mucho volumen, ya que debajo tenía muchos volantes de color fucsia que sobresalían un poco de lo que es el vestido base. Contrastaba bastante y me gustaba como quedaba. De zapatos las converse, me parecían las más cómodas.
Fui al baño a peinarme y, justo cuando ya estaba casi lista…
-¡Blair! Baja un momento, ha venido el doctor German a verte. – La primera visita que recibía y tenía que ser de alguien del hospital… Al menos era el doctor.
-Hola, German. – Mientras bajaba por las escaleras.
-Hola, Blair. – Sonriente. – Te veo muy bien. – Dándome dos besos en la mejilla.
-Estoy muy bien.
-Me alegro mucho. Quería preguntarte si hoy te viene bien para ir a un sitio.
-¿Qué sitio?
-Es un establecimiento donde hay jóvenes como tú, que han perdido la memoria por alguna causa. Van allí para conocer a gente a la que le ha pasado lo mismo. A las personas que han sufrido lo mismo que tú, Blair, a veces les es difícil volverse a relacionar como antes… Para esto está este sitio. – Hizo una breve pausa. - ¿Te va bien o prefieres que vuelva otro día? – Dijo sincero, si le dijera que no, no pasaría nada. Pero realmente sentía curiosidad… Gente que había pasado por lo mismo que yo… Aunque yo sabía que exactamente por lo mismo no habían pasado. A mí me pasó algo horrible, lo tenía claro, aunque no tenía tan claro el porqué lo sabía.
-Por mi val, no me importa.
-Celebro esta decisión. ¿Me la puedo llevar, señora Waldorf?
-Por supuesto, le vendrá bien salir un rato. – Me miró sonriente.
El doctor me tendió la mano, decidí cogérsela e irme con él. En frente de la casa estaba aparcado su coche. Me abrió la puerta y entre, en pocos momentos ya estábamos en marcha. Apoyé la frente en el cristal de la puerta de atrás, no llevaba dos segundos de viaje y ya me pensaba que eso de ir a ver ese sitio no era tan buena idea. No sabía qué clase de gente me iba a encontrar. ¿Gente que había pasado por lo mismo que yo? Yo sabía que nadie podía estar en mi situación, podía haberles pasado cualquier cosa horrible, pero lo mío era peor.
-¿Está muy lejos? – Me atrevía preguntar rompiendo el hielo.
-A las afueras de la ciudad. – Me contestó sin apartar la vida de la carretera.
Debía de estar en las afueras para estar apartado. Claro, demasiado tarado suelto.
Así es como me llama Gina. Tarada. No sé muy bien lo que significa, pero sé que no es bueno. Supongo que tiene que ver con estar loco o algo así por la manera en que me lo dice siempre. No quiero conocer a gente así, no lo necesito. Tan solo he accedido para tomar un poco el aire y, con German, sé que estoy segura.
Pero, al mismo tiempo que me lleva a ese sitio… ¿no podría llevarme con Bill? Aunque solo fuera un rato. Le echo mucho de menos y no sé cuándo podré volver a verle. La detective ya no está en mi vida, ni quiero que vuelva a entrar… Ella era la razón por la que Bill no podía estar conmigo y la que me hacía sentir mal, siempre. Aunque fuera policía, esa mujer no me inspiraba confianza.
-Ya hemos llegado. – Paró. La verdad es que el viaje se me pasó rápidamente. Me acerqué a la ventana y contemplé ese edificio. Era completamente blanco, aunque en un lado tenía una parte que parecía más antigua. German paró el motor. Yo me desabroché el cinturón y él me abrió la puerta. Pasó su mano por mi hombro, haciendo que anduviera a su mismo paso. – Te va a gustar, ya verás. – A medida que me acercaba cada vez lo veía menos claro. Subimos unos pequeños escalones y German llamó al timbre. Me soltó y me giré para contemplar el jardín, el coche se podía ver al otro lado de este. – Hay uno más grande al otro lado de la casa. – Le sonreí ante ese comentario. Oí la puerta crujir y me giré al instante.
Allí había una chica que se me quedó perpleja mirándome.
Chilló, yo di un brinco del sobresalto y, ante mi reacción, se fue. Miré a German alarmada y me negó con la cabeza. ¿En qué clase de sitio iba a estar? ¿Y esa chica?
-Hola, bienvenidos. – Una mujer bastante oscura, aunque con expresión agradable. – Disculpen a Roxy, está en tratamiento, ha salido hace poco de una experiencia muy traumática y…
-¿Quién? – Interrumpí.
-Roxan, la chica que os ha abierto la puerta. Hace poco que ha empezado a tomar el tratamiento adecuado.
-Oh, no pasa nada. Soy el doctor Philips, la habrán informado de nuestra llegada.
-Sí, por supuesto. Y tú debes de ser Blair, me han hablado mucho de ti. Aquí estarás bien. - ¿Qué quería decir con eso? – Por favor, pasad. – Esa mujer avanzó hacia el interior. Antes de poner un pie en el interior de ese edifico agarré a German por su americana.
-¿Qué ha querido decir con que aquí estaré bien?
-Pues que conocerás gente y que estarás a gusto.
-Pero no me quedaré aquí ¿verdad? – Pregunté frunciendo el ceño. No quería quedarme. No quería.
-Blair, cálmate… - No contestó a mi pregunta. – Entremos y a ver qué te parece. – Me cogió la mano y fue tirando levemente de mí. Cerró la puerta. Al cruzar el gran recibidor nos encontramos de nuevo con esta extraña mujer.
-Bien, Blair, al otro lado de esa puerta está la galería y de allí se puede salir al jardín. Ahora la mayoría de nuestros pacientes, aunque no me gusta llamarles así, están ahí. ¿Quieres ir a conocerles? – Asentí con la cabeza insegura. Posó su mano en mi espalda y me empujó suavemente para que fuera para allá. Ella se quedó a solas con el doctor.
Pasé por la galería. Lo registraba todo con un solo vistazo, como era pequeña la crucé enseguida. Detrás de un gran ventanal de puertas correderas se podía ver el enorme jardín, en el centro había una fuente. Con un chico bañándose en ella. Antes de que me entraran las dudas de si eso se podía hacer o no, un hombre con bata blanca lo agarró y lo sacó de allí, supongo que regañándole. El chico seguía sonriente y sin darse cuenta de que posiblemente había hecho algo mal.
Corrí la puerta y salí al jardín. Toda la hierba era de un verde muy bonito, se veía que estaba cuidada. Para cuando quise darme cuenta, a medida que avanzaba se me iba quedando mirando fijamente más gente. Pero a mí solo una me llamó la atención. La chica que me había chillado antes. La miré asustada, quien sabe de lo que sería capaz. Pasé de largo. Finalmente llegué a la fuente y me senté a un lado de ella.
Pasé el día visitando esa ‘residencia’ con el doctor y esa otra mujer. Conocí a algunos enfermeros y a muchas enfermeras. Pero lo que más me llamó la atención es que me encontré demasiadas veces con Roxy. O igual me lo pareció a mí y me crucé más veces con otra gente, pero ella, de algún modo, me imponía. Cuando me quedaba mirando fijamente era como si pudiera descodificar mis pensamientos uno por uno. Se quedaba completamente sería y adoptaba una apariencia amenazante.
Esa mujer paró en frente de una puerta cerrada. La abrió y pasamos dentro.
-Esta es tu habitación, Blair.
-¿Qué? – No entendí. Esa mujer miró a German, pasándole el turno de palabra.
-Blair… Tendrás que quedarte aquí unos días…
-¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Me dijo que solo vendría unas horas!
-Y es lo que harás, pero más adelante. Ahora debes de quedarte aquí. – Se arrodilló, quedando por debajo de mi altura.
-Pero si usted fue el que dijo que debería estar con una familia…
-Y lo mantengo, Blair. Pero ahora es muy reciente todo lo que te he pasado. Ya hemos podido comprobar que esa familia te acepta y te llevas bien, volverás con ellos, tranquila.
-¡¿Cuándo?! – Mis ojos se empezaban a llenar de lágrimas. No me daba pena no volver a esa casa, me daba pena, pánico y miedo quedarme entre esta gente.
-Cuando pase el riesgo de que tengas más crisis… Que será en unas semanas, no estarás mucho tiempo aquí. Sollocé y me tapé la cara con las manos. – Eh… - Empezó a separarme las manos, dejando descubierta mi cara empapada por las lagrimas. Lo hago por tu bien, Blair. Te podrías acabar haciendo daño y no quiero eso. ¿Tú quieres eso?
-¡No! – Me libré de su agarre. – ¡No me voy a quedar aquí! – Busqué rápidamente de nuevo la puerta y aparté a esa señora de un empujón. Salí corriendo. Volvía a tener más velocidad, más fuerza… Como aquella vez en la ciudad. Como aquella vez que estaba aterrorizada.
Les oía gritar mi nombre y correr detrás de mí, pero yo iba más rápido. Recordé donde estaban las escaleras y fui para allá. De repente alguien salió de su habitación y topé con él. Era una niña, con todo el pelo por la cara, con una expresión inexplicable y completamente pálida. Chillé y me aparté, al hacerlo me tropecé pero apoyé un brazo al suelo y no llegué a caerme, me di impulso y seguí avanzando velozmente. Encontré las escaleras y empecé a bajarlas. Estaba completamente sudada ya. Golpeé a muchos bajando, pero me no importaba. No quería quedarme ahí con ellos. No podían hacerme esto. Me daba miedo.
Llegué finalmente a la planta baja y fui corriendo hacia el recibidor. Volví a resbalarme, pero esta vez por la alfombra que había en ese suelo de mármol. Nuevamente me levanté. Agarré el pomo de la puerta y la abrí. Justo cuando iba a volver a echar a correr alguien me agarró y me elevó.
-¡NOOOOOO! – Otra persona de bata blanca me cerró la puerta.
-¡Eh, chica, cálmate! – Me agarraba fuertemente por el abdomen, concretamente de la cintura y mis pies no tocaban el suelo. Pataleaba mientras chillaba de pánico, intentando librarme de su agarre. Entonces noté golpearle con el codo un lado de la cabeza. Me soltó, pero esta vez vinieron dos personas más y me sujetaron.
-¡NOOOO! – Chillaba como si mi vida dependiera de ello. Aunque no me daba cuenta de que esa imagen, MI imagen en ese momento, era peor que la de la chica a la que llaman Roxy.
-¡Llevadla a la habitación y dadle un relajante muscular! ¡Que no pueda moverse o se hará daño! – Eso me hizo chillar aún más. Encima iban a pincharme cosas. No entendía porque el doctor me había hecho esto, pensaba que me entendía.
Mis gritos resonaron por todas las plantas a medida que íbamos subiendo de nuevo al piso donde había empezado todo. Pude ver levemente al doctor tapándose la boca con la mano. Yo seguía chillando de rabia, de impotencia, de miedo y de dolor. Pero esta vez, al pasar por el lado de los demás pacientes, ni me miraron. Como si no estuviese allí o eso fuera completamente normal.
Me tumbaron en la cama y, mientras dos me agarraban, esa mujer siniestra me clavó una aguja en el brazo que no me agarraban. Tan solo pude ver como se iban yendo todos y cerraban la puerta dejándome sola.
Luego los ojos se me cerraron.
Había oscurecido, pero yo permanecía ahí, sentada al lado de la fuente. Nada más despertarme había ido hacia allí. Me quedé mirando inexpresiva como se movía el agua y de vez en cuando acariciándola. Me habían llamado repetidas veces para ir a cenar, pero no tenía hambre y tampoco pensaba comer de sus platos.
Al despertarme estaba con una especia de pijama, mi ropa había desaparecido. Al igual que mis zapatos, tan solo me habían dejado unas zapatillas de andar por casa a los pies de la cama. Aunque yo no las había usado.
-Hola. – No hice caso, tan solo me acurruqué un poco más sobre mí misma. No quería mantener relación con nadie que fuera de allí, me harían sentir loca como ellos.
Oí un pequeño golpe a mi lado. Desvié un poco la mirada y ahí había un plato con un trozo de pizza. – Es lo único que he conseguido sacar sin que se dieran cuenta. – Su voz era afable, fría y tranquila. No parecía un paciente, aunque no pensaba mirarle para averiguarlo. Deducí que se sentó a mi lado, había otro reflejo borroso en el agua al lado de mío. – Me llamo Mike. – Me tendió su mano, la vi en frente de mí. Entonces me digné a mirarle.
Tenía el pelo negro con un corte muy peculiar. Sus ojos azules claros contrastaban con eso. Era completamente pálido. Su aspecto era igual a su voz. Aunque esbozaba una calmada sonrisa mientras mantenía su mano en el aire, esperando que le respondiera. Iba vestido igual que yo. Con el mismo pijama extraño; pantalones azules y camiseta blanca.
Le miré su mano e hice una mueca de desprecio. La bajó al instante, pero sin dejar de sonreír.
-¿Tu cómo te llamas? – No mostré emoción alguna. – Yo te he dicho el mío, ahora, más que nada por educación, podrías decirme tú el tuyo. – No cedí, suplemente quería que me dejara en paz. - ¿Y no tienes frío? – Cerré el puño con fuerza intentando contenerme de chillarle, de dar algún golpe o irme. – No te había visto nunca… Pero hoy has llamado mucho la atención. – Le escuché, pero levemente. – Cuando has aparecido por el jardín y estabas tan pacifica siendo nueva, ha sido extraño para todos. Supongo que habrá sido luego cuando te han dicho que te quedabas aquí rodeada de enfermos mentales. Eso es lo normal aquí siendo nuevo en la manada. – Todos locos. – Pero no te engañes, aquí hay mucha gente maravillosa gente con la que puedes hablar. Y no me refiero a médicos ni nada de eso. Ellos solo aprecian lo de la mente, no saben apreciar lo que de verdad importa, solo ven lo que quieren. – Calló, supongo que imaginó que en ese momento yo añadiría algo, pero no lo hice. – Oye… si vas a estar aquí más de dos noches… te aconsejo que te relaciones, si no los enfermeros que nos vigilan no te darán el visto bueno. En ese tema yo puedo ayudarte. – Volvió a tenderme la mano. De verdad pensé en lo que había dicho, e igual tenía razón.
-Blair… - Dije por lo bajo. – Me llamo Blair.
Permanecía tumbada en esa enorme cama en silencio, intentando escuchar de todo, pero no había ruido. En el hospital siempre se oía algo; alguien rogando ayuda, alguien quejándose, el ruido de las ruedas de las camillas desplazándose arriba y abajo,… O simplemente la maquina que siempre estaba a mi lado, la maquina que me contralaba las crisis. Bueno, eso decían, para mi tan solo les avisaba con un pitido ensordecedor. No me controlaba nada.
Ahora tenía miedo de dormirme, pero no aguanté mucho sin dormir. Ya estuve una vez toda una noche sin dormir y me resultó agotador y frustrante, casi tanto como inútil.
Cerré los ojos sin darme ni cuenta y me dormí, pero antes de eso pensé una última vez en Bill.
-Despierta, Blair. – No hice caso. – Despierta, atontada. No soy tu chacha. – Con algo más de agresividad. Gruñó. - ¡¿Quieres despertarte de una vez?! – Me dio un pequeño bofetón.
-¿Qué pasa? – Me froté un ojo, la luz del día me cegó un poco.
-A desayunar. Venga, tik tak. – Me chasqueó los dedos delante de mi cara.
-Gina… ¿Por qué me despiertas tú?
-Yo tampoco lo entiendo. Mis padres me han dicho que te subiera a buscar, ya están abajo. Baja o desayunaremos sin ti. – Fue detrás de la puerta, cogió una pieza de ropa que estaba colgada y me la echó encima de la cama. – Péinate, lávate la cara y ponte esto. Date prisa. – Cerrando la puerta detrás de ella.
Reaccioné con su portazo y miré lo que había dejado encima de la cama. Era como… una bata, pero de seda. Se parecía a la que llevaba ella y debajo el pijama.
No me lo pensé. Me levanté y me lo puse. Me dirigí un momento al espejo para mirarme.
Horrorosa.
Gina había aparecido con el aspecto de una princesa, pero sin maquillaje. Iba peinada, con la cara lavada y parecía que llevara despierta todo el día. Fui al baño y me lavé las manos y la cara con agua bien fría, para despejarme. El pelo… no me molesté en peinármelo. Me lo coloqué por delante, repartiéndolo en dos grandes mechones, uno a cada lado del cuello y ya me quedó bien. Desenfadado.
Cerré la puerta y bajé las escaleras con cuidado, todavía estaba algo sobada. Oía voces en la cocina, más que voces… Tan solo oía la de Gina. Tenía una voz muy chillona cuando quería. Abrí la puerta y me los encontré a los tres sentados en la mesa.
-Buenos días, dormilona. – Me dijo John con un tono muy agradable. – Siéntate, te estábamos esperando. – Se levantó y me apartó una silla, donde yo me senté.
-Espero que tengas hambre. – Añadió Susan, poniendo un poco de zumo de naranjada en el vaso que estaba delante de mí. – Oh, te gusta el zumo de naranja ¿verdad? Que no te he preguntado.
-La verdad es que no lo he probado, en el hospital siempre me daban de piña.
-Tenemos de piña, si quieres. – Levantándose apurada.
-No, así está bien, gracias. – Le sonreí.
-Vaya, por fin una buena sonrisa pronunciada. – Dijo Gina mirándome profundamente. La miré extrañada. – El que no te soporte no quiere decir que quiera que estés mal. – Me aclaró. Susan sonrió ante el comentario de su hija, la miré y me guiñó un ojo. No entendí esa señal, pero bueno…
-¿Has dormido bien, Blair? – John me ofreció unas tostadas. Ahora que lo decía… He dormido muy bien.
-Sí, muy bien. He estado muy a gusto.
-Me alegro mucho. – Dijo sincero.
He dormido… demasiado bien. No he tenido ninguna crisis ni nada parecido. Hacía tiempo que no dormía ocho horas seguidas de un tirón. Cuando estaba en el hospital tenía cada día, hasta cuando intentaba dormir entre prueba y prueba. ¿Por qué aquí no?
Desayunamos. Estaba todo riquísimo, en el hospital no podía decir lo mismo.
-Blair, vístete y vete con Gina al centro de compras, necesitas divertirte. – Propuso Susan.
-Por supuesto que… -A Gina se le borró la sonrisa de la cara. - ¡No! – Se giró hacia su madre.
-Gina. – Advirtiéndola.
-He quedado con unas amigas y ella no es mi amiga. Lo estropeará todo.
-¿Te refieres a tus abejas obreras? – Interrumpí.
-Eh, no empieces. – Dijo levantándome el dedo.
-Gina, basta.
-No pasa nada, señora Waldorf. A mí tampoco me apetece ir con Gina y… sus amigas. – Gina inspiró profundamente y frunció el ceño al oír mi frase. – Si no le importa, a mi me gustaría ir a dar una vuelta por aquí cerca.
-De verdad, Blair. No hace falta, Gina te llevará con ella. No conoces esta zona, estamos en un barrio residencial y podrías perderte.
-No creo, esta casa es difícil de confundir. – Me sonrió. – Que Gina se divierta, yo prefiero ir a mi aire. – Gina sonrió orgullosa.
-Tiene razón. – Añadió. Su madre suspiró y al final accedió.
Gina se marchó unos minutos antes que yo, sus amigas la vinieron a buscar.
Yo todavía estaba en mi habitación, vistiéndome. Al final opté por un vestido gris, que me llegaba por encima de las rodillas. La falda tenía mucho volumen, ya que debajo tenía muchos volantes de color fucsia que sobresalían un poco de lo que es el vestido base. Contrastaba bastante y me gustaba como quedaba. De zapatos las converse, me parecían las más cómodas.
Fui al baño a peinarme y, justo cuando ya estaba casi lista…
-¡Blair! Baja un momento, ha venido el doctor German a verte. – La primera visita que recibía y tenía que ser de alguien del hospital… Al menos era el doctor.
-Hola, German. – Mientras bajaba por las escaleras.
-Hola, Blair. – Sonriente. – Te veo muy bien. – Dándome dos besos en la mejilla.
-Estoy muy bien.
-Me alegro mucho. Quería preguntarte si hoy te viene bien para ir a un sitio.
-¿Qué sitio?
-Es un establecimiento donde hay jóvenes como tú, que han perdido la memoria por alguna causa. Van allí para conocer a gente a la que le ha pasado lo mismo. A las personas que han sufrido lo mismo que tú, Blair, a veces les es difícil volverse a relacionar como antes… Para esto está este sitio. – Hizo una breve pausa. - ¿Te va bien o prefieres que vuelva otro día? – Dijo sincero, si le dijera que no, no pasaría nada. Pero realmente sentía curiosidad… Gente que había pasado por lo mismo que yo… Aunque yo sabía que exactamente por lo mismo no habían pasado. A mí me pasó algo horrible, lo tenía claro, aunque no tenía tan claro el porqué lo sabía.
-Por mi val, no me importa.
-Celebro esta decisión. ¿Me la puedo llevar, señora Waldorf?
-Por supuesto, le vendrá bien salir un rato. – Me miró sonriente.
El doctor me tendió la mano, decidí cogérsela e irme con él. En frente de la casa estaba aparcado su coche. Me abrió la puerta y entre, en pocos momentos ya estábamos en marcha. Apoyé la frente en el cristal de la puerta de atrás, no llevaba dos segundos de viaje y ya me pensaba que eso de ir a ver ese sitio no era tan buena idea. No sabía qué clase de gente me iba a encontrar. ¿Gente que había pasado por lo mismo que yo? Yo sabía que nadie podía estar en mi situación, podía haberles pasado cualquier cosa horrible, pero lo mío era peor.
-¿Está muy lejos? – Me atrevía preguntar rompiendo el hielo.
-A las afueras de la ciudad. – Me contestó sin apartar la vida de la carretera.
Debía de estar en las afueras para estar apartado. Claro, demasiado tarado suelto.
Así es como me llama Gina. Tarada. No sé muy bien lo que significa, pero sé que no es bueno. Supongo que tiene que ver con estar loco o algo así por la manera en que me lo dice siempre. No quiero conocer a gente así, no lo necesito. Tan solo he accedido para tomar un poco el aire y, con German, sé que estoy segura.
Pero, al mismo tiempo que me lleva a ese sitio… ¿no podría llevarme con Bill? Aunque solo fuera un rato. Le echo mucho de menos y no sé cuándo podré volver a verle. La detective ya no está en mi vida, ni quiero que vuelva a entrar… Ella era la razón por la que Bill no podía estar conmigo y la que me hacía sentir mal, siempre. Aunque fuera policía, esa mujer no me inspiraba confianza.
-Ya hemos llegado. – Paró. La verdad es que el viaje se me pasó rápidamente. Me acerqué a la ventana y contemplé ese edificio. Era completamente blanco, aunque en un lado tenía una parte que parecía más antigua. German paró el motor. Yo me desabroché el cinturón y él me abrió la puerta. Pasó su mano por mi hombro, haciendo que anduviera a su mismo paso. – Te va a gustar, ya verás. – A medida que me acercaba cada vez lo veía menos claro. Subimos unos pequeños escalones y German llamó al timbre. Me soltó y me giré para contemplar el jardín, el coche se podía ver al otro lado de este. – Hay uno más grande al otro lado de la casa. – Le sonreí ante ese comentario. Oí la puerta crujir y me giré al instante.
Allí había una chica que se me quedó perpleja mirándome.
Chilló, yo di un brinco del sobresalto y, ante mi reacción, se fue. Miré a German alarmada y me negó con la cabeza. ¿En qué clase de sitio iba a estar? ¿Y esa chica?
-Hola, bienvenidos. – Una mujer bastante oscura, aunque con expresión agradable. – Disculpen a Roxy, está en tratamiento, ha salido hace poco de una experiencia muy traumática y…
-¿Quién? – Interrumpí.
-Roxan, la chica que os ha abierto la puerta. Hace poco que ha empezado a tomar el tratamiento adecuado.
-Oh, no pasa nada. Soy el doctor Philips, la habrán informado de nuestra llegada.
-Sí, por supuesto. Y tú debes de ser Blair, me han hablado mucho de ti. Aquí estarás bien. - ¿Qué quería decir con eso? – Por favor, pasad. – Esa mujer avanzó hacia el interior. Antes de poner un pie en el interior de ese edifico agarré a German por su americana.
-¿Qué ha querido decir con que aquí estaré bien?
-Pues que conocerás gente y que estarás a gusto.
-Pero no me quedaré aquí ¿verdad? – Pregunté frunciendo el ceño. No quería quedarme. No quería.
-Blair, cálmate… - No contestó a mi pregunta. – Entremos y a ver qué te parece. – Me cogió la mano y fue tirando levemente de mí. Cerró la puerta. Al cruzar el gran recibidor nos encontramos de nuevo con esta extraña mujer.
-Bien, Blair, al otro lado de esa puerta está la galería y de allí se puede salir al jardín. Ahora la mayoría de nuestros pacientes, aunque no me gusta llamarles así, están ahí. ¿Quieres ir a conocerles? – Asentí con la cabeza insegura. Posó su mano en mi espalda y me empujó suavemente para que fuera para allá. Ella se quedó a solas con el doctor.
Pasé por la galería. Lo registraba todo con un solo vistazo, como era pequeña la crucé enseguida. Detrás de un gran ventanal de puertas correderas se podía ver el enorme jardín, en el centro había una fuente. Con un chico bañándose en ella. Antes de que me entraran las dudas de si eso se podía hacer o no, un hombre con bata blanca lo agarró y lo sacó de allí, supongo que regañándole. El chico seguía sonriente y sin darse cuenta de que posiblemente había hecho algo mal.
Corrí la puerta y salí al jardín. Toda la hierba era de un verde muy bonito, se veía que estaba cuidada. Para cuando quise darme cuenta, a medida que avanzaba se me iba quedando mirando fijamente más gente. Pero a mí solo una me llamó la atención. La chica que me había chillado antes. La miré asustada, quien sabe de lo que sería capaz. Pasé de largo. Finalmente llegué a la fuente y me senté a un lado de ella.
Pasé el día visitando esa ‘residencia’ con el doctor y esa otra mujer. Conocí a algunos enfermeros y a muchas enfermeras. Pero lo que más me llamó la atención es que me encontré demasiadas veces con Roxy. O igual me lo pareció a mí y me crucé más veces con otra gente, pero ella, de algún modo, me imponía. Cuando me quedaba mirando fijamente era como si pudiera descodificar mis pensamientos uno por uno. Se quedaba completamente sería y adoptaba una apariencia amenazante.
Esa mujer paró en frente de una puerta cerrada. La abrió y pasamos dentro.
-Esta es tu habitación, Blair.
-¿Qué? – No entendí. Esa mujer miró a German, pasándole el turno de palabra.
-Blair… Tendrás que quedarte aquí unos días…
-¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Me dijo que solo vendría unas horas!
-Y es lo que harás, pero más adelante. Ahora debes de quedarte aquí. – Se arrodilló, quedando por debajo de mi altura.
-Pero si usted fue el que dijo que debería estar con una familia…
-Y lo mantengo, Blair. Pero ahora es muy reciente todo lo que te he pasado. Ya hemos podido comprobar que esa familia te acepta y te llevas bien, volverás con ellos, tranquila.
-¡¿Cuándo?! – Mis ojos se empezaban a llenar de lágrimas. No me daba pena no volver a esa casa, me daba pena, pánico y miedo quedarme entre esta gente.
-Cuando pase el riesgo de que tengas más crisis… Que será en unas semanas, no estarás mucho tiempo aquí. Sollocé y me tapé la cara con las manos. – Eh… - Empezó a separarme las manos, dejando descubierta mi cara empapada por las lagrimas. Lo hago por tu bien, Blair. Te podrías acabar haciendo daño y no quiero eso. ¿Tú quieres eso?
-¡No! – Me libré de su agarre. – ¡No me voy a quedar aquí! – Busqué rápidamente de nuevo la puerta y aparté a esa señora de un empujón. Salí corriendo. Volvía a tener más velocidad, más fuerza… Como aquella vez en la ciudad. Como aquella vez que estaba aterrorizada.
Les oía gritar mi nombre y correr detrás de mí, pero yo iba más rápido. Recordé donde estaban las escaleras y fui para allá. De repente alguien salió de su habitación y topé con él. Era una niña, con todo el pelo por la cara, con una expresión inexplicable y completamente pálida. Chillé y me aparté, al hacerlo me tropecé pero apoyé un brazo al suelo y no llegué a caerme, me di impulso y seguí avanzando velozmente. Encontré las escaleras y empecé a bajarlas. Estaba completamente sudada ya. Golpeé a muchos bajando, pero me no importaba. No quería quedarme ahí con ellos. No podían hacerme esto. Me daba miedo.
Llegué finalmente a la planta baja y fui corriendo hacia el recibidor. Volví a resbalarme, pero esta vez por la alfombra que había en ese suelo de mármol. Nuevamente me levanté. Agarré el pomo de la puerta y la abrí. Justo cuando iba a volver a echar a correr alguien me agarró y me elevó.
-¡NOOOOOO! – Otra persona de bata blanca me cerró la puerta.
-¡Eh, chica, cálmate! – Me agarraba fuertemente por el abdomen, concretamente de la cintura y mis pies no tocaban el suelo. Pataleaba mientras chillaba de pánico, intentando librarme de su agarre. Entonces noté golpearle con el codo un lado de la cabeza. Me soltó, pero esta vez vinieron dos personas más y me sujetaron.
-¡NOOOO! – Chillaba como si mi vida dependiera de ello. Aunque no me daba cuenta de que esa imagen, MI imagen en ese momento, era peor que la de la chica a la que llaman Roxy.
-¡Llevadla a la habitación y dadle un relajante muscular! ¡Que no pueda moverse o se hará daño! – Eso me hizo chillar aún más. Encima iban a pincharme cosas. No entendía porque el doctor me había hecho esto, pensaba que me entendía.
Mis gritos resonaron por todas las plantas a medida que íbamos subiendo de nuevo al piso donde había empezado todo. Pude ver levemente al doctor tapándose la boca con la mano. Yo seguía chillando de rabia, de impotencia, de miedo y de dolor. Pero esta vez, al pasar por el lado de los demás pacientes, ni me miraron. Como si no estuviese allí o eso fuera completamente normal.
Me tumbaron en la cama y, mientras dos me agarraban, esa mujer siniestra me clavó una aguja en el brazo que no me agarraban. Tan solo pude ver como se iban yendo todos y cerraban la puerta dejándome sola.
Luego los ojos se me cerraron.
Había oscurecido, pero yo permanecía ahí, sentada al lado de la fuente. Nada más despertarme había ido hacia allí. Me quedé mirando inexpresiva como se movía el agua y de vez en cuando acariciándola. Me habían llamado repetidas veces para ir a cenar, pero no tenía hambre y tampoco pensaba comer de sus platos.
Al despertarme estaba con una especia de pijama, mi ropa había desaparecido. Al igual que mis zapatos, tan solo me habían dejado unas zapatillas de andar por casa a los pies de la cama. Aunque yo no las había usado.
-Hola. – No hice caso, tan solo me acurruqué un poco más sobre mí misma. No quería mantener relación con nadie que fuera de allí, me harían sentir loca como ellos.
Oí un pequeño golpe a mi lado. Desvié un poco la mirada y ahí había un plato con un trozo de pizza. – Es lo único que he conseguido sacar sin que se dieran cuenta. – Su voz era afable, fría y tranquila. No parecía un paciente, aunque no pensaba mirarle para averiguarlo. Deducí que se sentó a mi lado, había otro reflejo borroso en el agua al lado de mío. – Me llamo Mike. – Me tendió su mano, la vi en frente de mí. Entonces me digné a mirarle.
Tenía el pelo negro con un corte muy peculiar. Sus ojos azules claros contrastaban con eso. Era completamente pálido. Su aspecto era igual a su voz. Aunque esbozaba una calmada sonrisa mientras mantenía su mano en el aire, esperando que le respondiera. Iba vestido igual que yo. Con el mismo pijama extraño; pantalones azules y camiseta blanca.
Le miré su mano e hice una mueca de desprecio. La bajó al instante, pero sin dejar de sonreír.
-¿Tu cómo te llamas? – No mostré emoción alguna. – Yo te he dicho el mío, ahora, más que nada por educación, podrías decirme tú el tuyo. – No cedí, suplemente quería que me dejara en paz. - ¿Y no tienes frío? – Cerré el puño con fuerza intentando contenerme de chillarle, de dar algún golpe o irme. – No te había visto nunca… Pero hoy has llamado mucho la atención. – Le escuché, pero levemente. – Cuando has aparecido por el jardín y estabas tan pacifica siendo nueva, ha sido extraño para todos. Supongo que habrá sido luego cuando te han dicho que te quedabas aquí rodeada de enfermos mentales. Eso es lo normal aquí siendo nuevo en la manada. – Todos locos. – Pero no te engañes, aquí hay mucha gente maravillosa gente con la que puedes hablar. Y no me refiero a médicos ni nada de eso. Ellos solo aprecian lo de la mente, no saben apreciar lo que de verdad importa, solo ven lo que quieren. – Calló, supongo que imaginó que en ese momento yo añadiría algo, pero no lo hice. – Oye… si vas a estar aquí más de dos noches… te aconsejo que te relaciones, si no los enfermeros que nos vigilan no te darán el visto bueno. En ese tema yo puedo ayudarte. – Volvió a tenderme la mano. De verdad pensé en lo que había dicho, e igual tenía razón.
-Blair… - Dije por lo bajo. – Me llamo Blair.
Continuará.